¿Cómo se educan niños felices y seguros? ¿Qué debemos hacer los adultos para que los niños y niñas crezcan felices y seguros? Después de algunas consideraciones la respuesta es: mirar, escuchar, respetar, ofrecer seguridad y dar al juego el lugar que le corresponde.
Mirar, con una mirada verdadera y profunda, viendo no solo lo que hace el niño/a, sino todo aquello que quiere decirnos con sus acciones, gestos y palabras. Mirar más allá de lo evidente y verlo a él o a ella en su conjunto, íntegramente, como un ser único, con unas necesidades y capacidades que no tienen por que ser las nuestras o las de cualquier otro niño/a.
Escuchar más allá de las palabras, sus palabras, conteniendo la necesidad de responder, de ofrecer inmediatamente soluciones. Los niños y niñas (y los no tan niños) necesitan poder expresarse, expresar sus emociones, comunicarse y para que esto suceda es necesario que sientan que se les escucha.
Respetar al niño/a, algo que parece tan obvio ¿verdad? Parémonos un momento a pensar si el respeto que sentimos por los niños y niñas es el mismo que sentimos hacia los adultos. El niño, la niña, tiene pleno derecho a ser protagonista de su desarrollo, como ser activo, como actor y no sólo actuado por otro, como sujeto, y no como objeto, en desarrollo, competente a su nivel, con iniciativas, deseos, aptitudes y proyectos propios. No podemos cargarle con nuestras inseguridades y miedos o con nuestros deseos y expectativas, él/ella debe escribir su historia propia y nosotros debemos permitírselo.
“Muchas veces demandamos el respeto del niño hacia al adulto, pero el respeto debe ser mutuo y el adulto debe dar ejemplo”
El respeto y la empatía deberían conformar nuestro día a día con los más pequeños, deberíamos recordar que son personas, con una historia propia de la que nosotros formamos parte, pero la cual no nos pertenece. Sería muy injusto para ellos negarles su individualidad, su originalidad, la elección de su propio camino.
Ofrecer seguridad física sí, pero también emocional (de esta nos olvidamos la mayoría de las veces, si no siempre). Debemos ayudar al niño/a a poner palabras a sus emociones, contener y acompañar favoreciendo su autonomía y la comprensión del mundo que le rodea. Debemos ofrecerle límites que estructuren, que contengan, límites claros y con sentido, no límites para castigar o “para que aprenda”. El niño, la niña, debe sentirse seguro, confiar en sí mismo y en su entorno.
Y por supuesto, situar en el lugar que le corresponde al Juego, ya que el juego es la manera que tienen los niños de situarse en la vida, de relacionarse, de vivir, de ir asimilando conceptos para después, a su debido momento, situarse en el mundo de los adultos.
“El niño no juega para aprender, sino que aprende porque juega”
Muchos piensan que se deben realizar puntualmente actividades de juego para desarrollar esta o la otra capacidad, pero lo cierto es que el juego es la forma en la que los niños/as están, son; los niños y niñas necesitan, deben poder, crear y jugar libremente.
El juego es en sí mismo la herramienta de comunicación y expresión que tienen los niños y niñas y la mejor, y única, forma de aprender, porque a través del juego favorecen el desarrollo social, emocional y cognitivo, expresan sus emociones, descubren, comparten y crean.