Actualidad: Amamantar, un derecho casi reconquistado
El hombre, como único ser que tiene la capacidad de modificar el entorno en su propio beneficio, ha intentado alimentar a sus crías con leches de otros animales. Cuando las civilizaciones empezaron a asentarse y a domesticar a los animales, era más cómodo ordeñar una cabra que ir a cazarla. Puede que así empezara a alimentarse con leche de otras especies, pero tuvieron que pasar muchos más años hasta la llegada de la industrialización y la edad moderna para que surgiera el mayor declive de la lactancia, poniendo en peligro la única posibilidad que nuestras antepasadas tenían para asegurar la supervivencia de la especie.
En España en 1797 un eclesiástico anónimo, con sus mejores intenciones trajo de París una fórmula, por llamarla de alguna manera, que evitara muertes a niños por falta de alimento. Un litro de leche de cabra cocida, con una cucharada de flor de harina, azúcar y dos yemas de huevo.
Los niños engordaban demasiado y se estreñían, había que mejorarla. Ahora sigue ocurriendo y también siguen mejorando las fórmulas.
Posteriormente, en 1860 Henri Nestlé, ayudante de boticario, invento la primera fórmula para bebés reconocida en el mundo. Combinó azúcar y harina de trigo con leche de vaca, (¡qué simple!). Actualmente nadie con una pizca de sentido común se atrevería a dar a un recién nacido semejante alimento.
Nestlé la anunciaba como la fórmula científica correcta, «las madres harán publicidad por mí». Empezaba el siglo XX con el mayor experimento nutricional a gran escala sin control previo. Hoy es una poderosa industria, que recibe ganancias por cada niño que no es amamantado.
Una serie de circunstancias acontecieron para que la leche de fórmula fuese tan bien recibida. Entre las más destacadas, los movimientos feministas que consideraban la lactancia materna una forma de esclavitud de la mujer. El biberón era una liberación para la mujer porque le permitía desarrollarse como persona en la sociedad con su incorporación al trabajo remunerado.
Como mujer quiero decidir, pero eso no equivale entre elegir entre lo malo y lo peor, deseo ser independiente económicamente sin que ello implique un inconveniente para mi salud, la de mi descendencia y en consecuencia para la sociedad.
Si lo más saludable, según las recomendaciones de las sociedades científicas actuales, es la lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses de vida y junto con la alimentación hasta los dos años o más, ¿por qué no se protege a la mujer que lacta?
El sector médico también contribuyó al declive de la lactancia materna. Defendió la leche artificial como más científica, más fácil de controlar porque se podía estar seguro de cuánto comía el bebé. Así, se convirtió en un rehén de la industria y las madres en prisioneras de ambos.
A día de hoy, han cambiado las condiciones sociales y laborales, pero la lactancia artificial aún está mantenida, en parte, por la fuerte propaganda comercial.
Más de una generación de mujeres no ha amamantado, se perdió la cultura de la lactancia transmitida de madre a hija.
Resulta paradójico que en las últimas décadas se hayan acumulado numerosas evidencias científicas que demuestran la superioridad de la leche humana y los peligros de las leches artificiales. Desde las instituciones se reconoce a la lactancia materna como una prioridad de salud pública, y a pesar de ello, ¿por qué, la prevalencia de la lactancia materna sigue siendo baja?
La formación de algunos profesionales es inadecuada. Todos promocionan la lactancia materna, pero no todos saben apoyar a la madre con problemas al amamantar, que se enfrenta a una carrera de obstáculos. La publicidad de sucedáneos esta por todas partes, la baja maternal es demasiado corta, se hace difícil conciliar trabajo y lactancia, las prácticas en algunas maternidades no apoyan a la lactancia desde el inicio (los biberones salen desde la planta de maternidad, la separación de la madre hijo tras el parto…)
Queda mucho por hacer, pero reivindicar el valor y el prestigio de amamantar como mujer y como profesional de la salud es, en mi opinión, un derecho y una obligación.
Si se dispusiera de una nueva vacuna que pudiera prevenir un millón de muertes al año, además fuera segura, se administrara oral y no requiriera de la cadena de frío, su aplicación pasaría a ser de inmediato un imperativo de salud pública.
La lactancia materna puede hacer esto y más, pero requiere de su propia «cadena cálida» (Lancet, 1994) para que las madres se sientan seguras de que pueden amamantar y que les proteja de todas las prácticas que ponen en peligro la lactancia. Si esta «cadena cálida» se ha perdido en la cultura, deben ser los profesionales sanitarios quienes proporcionen el apoyo.
Cintia Borja, Valencia
Nota publicada en www.larazon.es el viernes 12 de mayo, 2017
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