Actualidad: Amamantar, un derecho casi reconquistado
El hombre, como único ser que tiene la capacidad de modificar el entorno en su propio beneficio, ha intentado alimentar a sus crías con leches de otros animales. Cuando las civilizaciones empezaron a asentarse y a domesticar a los animales, era más cómodo ordeñar una cabra que ir a cazarla. Puede que así empezara a alimentarse con leche de otras especies, pero tuvieron que pasar muchos más años hasta la llegada de la industrialización y la edad moderna para que surgiera el mayor declive de la lactancia, poniendo en peligro la única posibilidad que nuestras antepasadas tenían para asegurar la supervivencia de la especie.
En España en 1797 un eclesiástico anónimo, con sus mejores intenciones trajo de París una fórmula, por llamarla de alguna manera, que evitara muertes a niños por falta de alimento. Un litro de leche de cabra cocida, con una cucharada de flor de harina, azúcar y dos yemas de huevo.
Los niños engordaban demasiado y se estreñían, había que mejorarla. Ahora sigue ocurriendo y también siguen mejorando las fórmulas.
Posteriormente, en 1860 Henri Nestlé, ayudante de boticario, invento la primera fórmula para bebés reconocida en el mundo. Combinó azúcar y harina de trigo con leche de vaca, (¡qué simple!). Actualmente nadie con una pizca de sentido común se atrevería a dar a un recién nacido semejante alimento.
Nestlé la anunciaba como la fórmula científica correcta, «las madres harán publicidad por mí». Empezaba el siglo XX con el mayor experimento nutricional a gran escala sin control previo. Hoy es una poderosa industria, que recibe ganancias por cada niño que no es amamantado.
Una serie de circunstancias acontecieron para que la leche de fórmula fuese tan bien recibida. Entre las más destacadas, los movimientos feministas que consideraban la lactancia materna una forma de esclavitud de la mujer. El biberón era una liberación para la mujer porque le permitía desarrollarse como persona en la sociedad con su incorporación al trabajo remunerado.
Como mujer quiero decidir, pero eso no equivale entre elegir entre lo malo y lo peor, deseo ser independiente económicamente sin que ello implique un inconveniente para mi salud, la de mi descendencia y en consecuencia para la sociedad.
Si lo más saludable, según las recomendaciones de las sociedades científicas actuales, es la lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses de vida y junto con la alimentación hasta los dos años o más, ¿por qué no se protege a la mujer que lacta?
El sector médico también contribuyó al declive de la lactancia materna. Defendió la leche artificial como más científica, más fácil de controlar porque se podía estar seguro de cuánto comía el bebé. Así, se convirtió en un rehén de la industria y las madres en prisioneras de ambos.
A día de hoy, han cambiado las condiciones sociales y laborales, pero la lactancia artificial aún está mantenida, en parte, por la fuerte propaganda comercial.
Más de una generación de mujeres no ha amamantado, se perdió la cultura de la lactancia transmitida de madre a hija.
Resulta paradójico que en las últimas décadas se hayan acumulado numerosas evidencias científicas que demuestran la superioridad de la leche humana y los peligros de las leches artificiales. Desde las instituciones se reconoce a la lactancia materna como una prioridad de salud pública, y a pesar de ello, ¿por qué, la prevalencia de la lactancia materna sigue siendo baja?
La formación de algunos profesionales es inadecuada. Todos promocionan la lactancia materna, pero no todos saben apoyar a la madre con problemas al amamantar, que se enfrenta a una carrera de obstáculos. La publicidad de sucedáneos esta por todas partes, la baja maternal es demasiado corta, se hace difícil conciliar trabajo y lactancia, las prácticas en algunas maternidades no apoyan a la lactancia desde el inicio (los biberones salen desde la planta de maternidad, la separación de la madre hijo tras el parto…)
Queda mucho por hacer, pero reivindicar el valor y el prestigio de amamantar como mujer y como profesional de la salud es, en mi opinión, un derecho y una obligación.
Si se dispusiera de una nueva vacuna que pudiera prevenir un millón de muertes al año, además fuera segura, se administrara oral y no requiriera de la cadena de frío, su aplicación pasaría a ser de inmediato un imperativo de salud pública.
La lactancia materna puede hacer esto y más, pero requiere de su propia «cadena cálida» (Lancet, 1994) para que las madres se sientan seguras de que pueden amamantar y que les proteja de todas las prácticas que ponen en peligro la lactancia. Si esta «cadena cálida» se ha perdido en la cultura, deben ser los profesionales sanitarios quienes proporcionen el apoyo.
Cintia Borja, Valencia
Nota publicada en www.larazon.es el viernes 12 de mayo, 2017
Comunicación Sociedad Argentina de Pediatría
Actualidad: Donar óvulos, un acto invisible de solidaridad y rodeado de prejuicios
Un estudio determinó que, a pesar de que las mujeres reciben dinero a cambio, las moviliza el ayudar a otras que no pueden ser madres. Historias de donantes.
Las mujeres que donan sus óvulos para que otras puedan intentar ser madres están acostumbradas a “poner el cuerpo”: fueron madres adolescentes -en su mayoría a partir de embarazos no deseados-; hacen tareas hogareñas desde muy chicas y a muchas les interesa dedicarse al ámbito de la salud aunque la mayoría no terminó el secundario. Consideran, además, a la maternidad como un atributo ligado a la femineidad, como algo valioso que les da identidad y que está relacionado a la “función de sostén”, más allá del vínculo biológico (“Madre es quien quiere, quien cría, quien educa a sus hijos”, dicen). Y si bien la “compensación económica” que reciben -alrededor de 8.000 pesos cada vez que donan- es uno de los principales incentivos, la idea del altruismo está presente como también la de la red de ayuda entre mujeres. “Su condición social y su propia historia las convocan a ayudar”. Estas son algunas de las observaciones del estudio «La otra cara de las TRHA (técnicas de reproducción humana asistida): las mujeres donantes. Investigación cualitativa de carácter exploratorio», el primero de este tipo hecho en la Argentina sobre un tema que, de la mano del anonimato y la falta de regulación estatal, suele quedar entre sombras. Una práctica que crece año a año: la ovodonación, según la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva, era el 14,3% de los 1960 tratamientos en 2004 y en el 2016 representó el 25,8% de los 21.000 realizados. Pero, a pesar de este aumento, la donación termina siendo un convenio entre privados y cuya modalidad varía según de qué médicos y de qué centros de fertilidad se trate.
Para poner algo de luz al tema y visibilizar la figura de las donantes, las psicólogas especialistas Laura Wang y Diana Pérez trabajaron sobre las respuestas de cuarenta posibles donantes de un centro de fertilidad de la Ciudad de Buenos Aires. Fue a partir de dos entrevistas individuales realizadas por Wang entre 2012 y 2016. El estudio no tiene valor cuantitativo sino cualitativo.
“Las mujeres entrevistadas tienen estrategias de defensa frente a la vulnerabilidad. Ante la escasez de recursos económicos, la solidaridad se hace presente. Cuentan con recursos psíquicos para sobrellevar las dificultades”, dice el estudio.
Las psicólogas, a su vez, señalan que la donación de óvulos no tiene el mismo reconocimiento que la de un órgano pues “no está equiparado, en el discurso social, salvar vida con crear vida”. Este factor, entre otras cuestiones, lleva a su invisibilidad. Sumado a que la mayoría de estas mujeres guarda el tema en reserva pues, cuando lo cuenta, suele encontrarse con cierta condena. “Mi cuñada dice que donar es regalar hijos”; “Mi amiga me dijo riéndose que tengo un montón de hijos por ahí”, relataron las entrevistadas.
“La desinformación es el principal obstáculo para un cambio social. La donación de óvulos se evidencia como una trama compleja entre lo social, lo cultural y la subjetividad”, afirman Wang y Pérez.
Ana tiene 32 años, “tres bellos hijos” de 7, 8 y 16, el pelo dorado que le llega arriba de los hombros, contextura muy delgada, ojos almendrados y un piercing que se asoma debajo del labio. Está sentada en un rincón de un consultorio -al que ha accedido Clarín- mientras la psicóloga la evalúa para saber si es o no apta para donar. Se enteró de la posibilidad como la gran mayoría de las entrevistadas del estudio: “Por el boca en boca”. En su caso, charlando con una amiga cuya hija ya había donado. “Y vos, que siempre estás ayudando ¿Por qué no?”, le preguntó. Y a ella le picó la curiosidad. Buscó en Internet para saber de qué se trataba. Su padre golpeaba a su madre, su pareja la maltrataba psicológicamente y, después de separarse, empezó a visitar una ONG contra la violencia de género del oeste del conurbano, en donde vive; se convirtió en una militante.
Ana llegó apurada porque está por cumplir los 35 que, sabe, es el límite de edad que algunos médicos consideran aceptable para la donación; después la calidad de los folículos cae en picada. Sin embargo los suyos, le dijeron, son especialmente buenos y ovula en cantidad. El dato lo desliza con un énfasis que denota cierto orgullo. No sabe cuánto le van a pagar, dice, ni tampoco preguntó. Tiene tres conocidas que no podían tener hijos, “les costó mucho tiempo, plata y angustia, una sola lo logró con una inseminación… ¡Y yo me ligué las trompas!”. “Es muy importante el compromiso con esta causa porque como vos que pusiste el cuerpo, del otro lado también hay una mujer que se preparó físicamente y que está esperanzada”, dice a este diario en relación a la rigurosidad con la que los médicos les piden a las mujeres que donarán sus óvulos que se inyecten diariamente en la panza, a la misma hora durante unos diez días, una medicación que vale alrededor de tres mil pesos para estimular la producción de folículos (que expulsarán, o no, luego los óvulos).
Además del visto bueno de una psicóloga -algo que según las fuentes del mundo de la fertilidad algunos centros piden rigurosamente y tienen sistematizado, otros de forma inconsistente y otros ni siquiera consideran- a la donante se le hacen estudios clínicos, hormonales, genéticos e infectológicos y se la consulta sobre antecedentes de salud familiares, de manera más o menos exhaustiva según cada institución.
La Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva, la única que de alguna manera regula el tema otorgando acreditaciones a los centros (hay en Argentina unos 30 acreditados sobre alrededor de 65), tiene un Código de Etica. En él sugiere que las donantes sean mayores de edad; que las receptoras no tengan más de 50 años; mantener el anonimato entre el donante y el receptor de los gametos y que no los una ningún tipo de vínculo; que todas las personas concebidas con gametos donados tienen el derecho a conocer su origen genético. También recomienda que la donación sea altruista y anónima, aunque pide considerar la compensación económica “por lucro cesante, viáticos, etcétera”. Sostiene también que personas nacidas y donantes deben ser protegidos de las probables consecuencias de tener muchos hermanos e hijos genéticos, “por lo que los gametos provenientes de un mismo donante deben ser usados por un número limitado de receptoras”; que las receptoras tienen derecho a contar con información clínica relevante del donante para un correcto cuidado de la persona nacida y que el centro debe velar por la atención médica necesaria y adecuada de los donantes de gametos y de sus complicaciones.
Los médicos “preparan” a las mujeres donantes con pastillas anticonceptivas, explica el médico Adan Nabel. Luego vienen las inyecciones hormonales diarias y las ecografías trasvaginales dos o tres veces por semana, hasta la aspiración de los óvulos en el quirófano mediante una cánula a través de la vagina, “leve sedación” mediante (se las duerme durante el procedimiento). Se recomienda un día de reposo. Esta última etapa dura unos veinte días.
A Ana lo que más miedo le da es la anestesia, pero dice sentirse confiada por el buen trato de la médica. Lo mismo opinan respecto a su relación con los profesionales las mujeres entrevistadas por Wang, “destacan el sentirse cuidadas, aunque también manifiestan cierta aprensión para preguntar; cierta intimidación por el lugar asimétrico de la figura del profesional”.
Muchas de las mujeres que donan óvulos, en general de localidades pobres del conurbano, no tienen obra social. “Construyeron una posición subjetiva (modo de estar en el mundo) basada en el cuidado del otro y el servicio al otro. Correspondientes con sus primeros aprendizajes familiares: cuidar su propia casa, cuidar de sus familias (…). Saben de un cuerpo doliente, muchas veces se vieron sometidas a violencia física y psicológica. En compensación para estas mujeres saberse “fértiles” representa un resarcimiento narcisista (“La verdadera mujer es madre. Un hijo te completa como mujer”, dicen)”.
La maternidad tuvo para ellas, dicen Wang y Pérez, un efecto de empoderamiento, les brinda un lugar en el mundo pero, a la vez, obstaculizó la posibilidad de terminar sus estudios, desarrollar un oficio o profesión, o encontrar un trabajo acorde a sus capacidades e intereses (“Me dejé estar, me embaracé y me estanqué. Este último tiempo no me siento útil”; “Estaba estudiando, pero con la nena se me complicó bastante”).
En la decisión de Miriam (32) pesó al principio lo económico pero, cuando se fue interiorizando, se acordó de una amiga que no puede tener hijos y le gustó la idea de ayudar. Cambió del todo su idea el día en que la llamaron para contarle que la receptora estaba embarazada, algo que no es frecuente en los centros. “Fue una bendición. Tengo ganas de llorar cuando hablo de eso”, dice a Clarín. Donó óvulos cuatro veces y si pudiera -sus horarios laborales como maestranza de limpieza se lo impiden- lo haría las otras dos veces más, permitidas por el centro. “Ser madre es lo más lindo del mundo”. Es madre soltera y, “si las cosas fueran distintas, si tuviera otra situación económica”, tendría otro hijo. “De alguna manera es como que cumplí el sueño”, agrega. Tiene varias amigas que donan, se enteró por una de ellas, “que sólo lo hace por plata”, de la posibilidad. Su pareja la apoya. Para su familia es “una loca de mierda”. Es paraguaya, donde se recibió de enfermera, pero vive en Argentina hace diez años e intenta terminar el secundario con el plan Fines. Dice que siente su cuerpo “más robusto, más acomodado”, pero que menstrúa de manera irregular y sufre unas leves puntadas que antes no tenía. “Si algún día se apareciera esa persona nacida con mis óvulos -dice- no tendría problema, le explicaría por qué fue que doné”.
La madrina de María Julia (29) nunca pudo tener hijos. Cuando ella la llamó para contarle que había donado óvulos se conmovieron las dos. María Julia tiene tres hijos, los nenes del barrio se la pasan en su casa. “Me emocionaba cuando la doctora me contaba que había una receptora esperando”. El proceso de donar no le pareció invasivo ni molesto, “incluso” se siente mejor. Trabaja de camarera. Donó dos veces y lo cuenta sin reservas: “La gente se imagina que estás donando una criatura. Yo les explico que es algo que ayuda y que se necesita constantemente. Es algo que tenés que hacer con mucha dedicación. Yo lo hago pensando en esa mujer que busca, en lo que yo sentí cuando estuve embarazada, que fue lo mejor de mi vida”, explica a este diario.
Alejandra (23) se enteró de que podía donar a través de una amiga y lo hizo en distintas clínicas “más de 15 veces”, pero no lo cuenta. Se hincha y se deshincha aunque no tiene otras molestias. Hace changas como costurera, tiene una nena, es de la zona sur del conurbano y está terminando el secundario. Al principio le daba un poco de miedo pero como la trataron muy bien le tomó “la mano”. No tiene obra social y planea tener otro hijo más adelante. “No me cuentan y no pregunto qué pasa con los óvulos. Sí, alguna vez tuve la fantasía de que se me apareciera algún chico pero como firmo los papeles me quedo tranquila. Después de donar la llevé a mi cuñada y a una chica amiga, me dan un dinero por eso”. Volvería a donar porque con eso puede pagar sus cuentas, y la situación económica, dice, está difícil.
“Las mujeres que donan no confunden material genético con maternidad -dicen Wang y Pérez como conclusión en su estudio. «Nuestra perspectiva considera a la donante como una mujer que compromete su cuerpo, que aporta su deseo como sujeto y merece no quedar reducida a ‘material genético o subsumida a objeto de la ciencia’”.
Por Luciana Mantero
Nota publicada en www.clarin.com el 8/1/17
Actualidad: La leche materna previene la formación de tumores y destruye hasta 40 células cancerígenas
Los componentes de la leche materna aumentan la protección del bebé ante la formación de tumores y destruyen hasta 40 tipos distintos de células cancerígenas, según varios estudios que se presentaron en el XII Simposio Internacional de Lactancia Materna que se celebró en el mes de Abril en Florencia (Italia).
Según los organizadores del encuentro, además de los numerosos beneficios que aporta la leche materna al crecimiento y desarrollo del bebé, también cuenta con un importante potencial en la prevención de distintos tipos de cáncer, incluyendo tumores cerebrales y de piel.
También es beneficioso para las madres, ya que la lactancia reduce el cáncer de mama hasta en un 30%, así como los cánceres de colon y vejiga.
De hecho, la leche humana se presenta como un posible tratamiento del cáncer en adultos. El principal exponente de esta investigación se encuentra en la Universidad de Lund, en Suecia, por lo que la doctora Catharina Svanborg, responsable del departamento de Microbiología, Inmunología y Glicobiología del Institute of Laboratory Medicine de este centro, explicó los últimos avances logrados en este campo en la conferencia que impartió en el simposio, promovido por Medela.
El equipo de la doctora Svanborg descubrió el mecanismo por el cual la leche humana combate las células tumorales, una función de la que se encarga una proteína componente de la leche, la lactoalbúmina. Su unión con un ácido graso conforma un complejo denominado Hamlet (lactoalbúmina alfa humana letal para células tumorales) que induce la muerte de las células tumorales, respetando a las células sanas, un factor esencial para la prevención en los lactantes y para el futuro desarrollo de tratamientos.
Una de las zonas donde más se ha testado la efectividad de este complejo como tratamiento antitumoral ha sido en la vejiga. Los ensayos realizados con pacientes con cáncer han evidenciado la reducción de los tumores en tiempos muy cortos.
En cuanto al cáncer de colon, se ha comprobado en laboratorio con ratones que los tumores reducen su tamaño una media del 60%, aumentando la esperanza de vida de los animales en 40 puntos conceptuales.
Nota publicada en 5/4/17 en el Blog EcoDiario.es
Actualidad: Los bebés que nacen por cesárea tienen el doble de riesgo de ser alérgicos a la leche de vaca
Los bebés nacidos por cesárea tienen dos veces más riesgo de ser alérgicos a la proteína de leche de vaca (APLV) que los que nacen por parto natural, afirmaron especialistas en la materia que elaboraron un estudio científico internacional.
Si se estima la prevalencia, en el país padecen esa reacción unos 50.000 chicos menores de tres años, de los cuales, muy pocos son diagnosticados.
Las conclusiones llegaron después de presentar el estudio titulado «¿Es el parto por cesárea un factor de riesgo para el desarrollo de APLV en lactantes argentinos?», liderado por el pediatra gastroenterólogo Christian Boggio Marzet junto a las doctoras María Anabel Tilli y María Teresa Basaldúa, del grupo de trabajo en Gastroenterología y Nutrición Pediátrica del Hospital Pirovano.
Entre 2010 y 2014 el grupo relevó 238 pacientes de alrededor de siete meses y con un peso promedio de 3.149 gramos que tenían signos aparentes de APLV, de los cuales el 56.3% había nacido por cesárea y un 43.7% por parto natural.
«La principal conclusión del estudio efectuado es que los niños que no habían transitado el canal vaginal tenían el doble riesgo de desarrollar reacciones inmediatas de alergia a la proteína de la leche de vaca y también reacciones tardías, como reflujo gastroesofágico y cólicos», explicó a Infobae el doctor Boggio Marzet que presentó la investigación en el Journal of Pediatric Gastroenterology and Nutrition.
Importancia de la microbiota
«La flora intestinal, técnicamente llamada ‘microbiota’, está colonizada por millones de bacterias que determinan gran parte de la inmunidad del individuo. El bebé recibe de su madre esos primeros gérmenes beneficiosos que se alojarán en su intestino por nariz y por boca durante su paso por el canal vaginal», precisó el experto. Y agregó que «en contrapartida, los primeros gérmenes que reciben aquellos que nacen por cesárea son los que circulan en la sala de parto, que no son los microorganismos que lo ayudarán en el desarrollo del sistema inmunológico en el intestino».
Esta situación empeora cuando la mamá ha recibido antibióticos por alguna infección (aún durante el propio parto), cuando el bebe es prematuro o cuando desde muy temprano no recibe lactancia materna.
«Promoviendo el parto vaginal, siempre que sea posible, y fomentando la lactancia materna, estaremos contribuyendo a la formación de una microbiota más protectora, que sin dudas ayudará a la formación del sistema inmunológico del intestino y lo fortalecerá frente a este tipo de agresiones como las alergias a la proteína de la leche de vaca», manifestó Boggio el Marzet.
Por su parte Claudio Parisi, presidente de la Asociación Argentina de Alergia e Inmunología Clínica, señaló que la APLV «se manifiesta mediante síntomas inespecíficos que pueden incluir sangrado en la materia fecal, erupciones cutáneas, cólicos y retraso en el crecimiento, por lo que muchas veces se demora varios meses en llegar al diagnóstico».
Tratamientos efectivos
«El tratamiento se inicia con la ‘dieta de exclusión’: la supresión inmediata en la dieta de la mamá del alimento sospechado, en este caso la leche de vaca y sus derivados, mientras que cuando ya no se amamanta o el bebé recibe alimentación complementaria, la supresión también debe alcanzar al niño», puntualizó Parisi que participó del reciente 6to Congreso Argentino de Gastroenterología Pediátrica, que se realizó en la ciudad de Buenos Aires.
En esos casos y como complemento de la leche de vaca, que el niño no puede ingerir, «se recomienda incorporar leches de fórmula especiales bajo indicación del médico tratante», comentó Boggio Marzet.
«Por lo general y si las manifestaciones son leves se indican fórmulas especiales que tienen la proteína de leche ‘rota’ o fragmentada, lo que disminuye su capacidad de generar alergia. Si los síntomas son más severos, se recomiendan las fórmulas a base de aminoácidos, donde la proteína está fragmentada al 100 por ciento y su capacidad de generar alergia es prácticamente nula», detalló.
El especialista recordó además que la cobertura de esas fórmulas «está garantizada por la ley de leches medicamentosas, que entró en vigencia en febrero».
«Afortunadamente, la mayoría de los cuadros de APLV, cualquiera sea su origen, suelen revertir por sí solos antes de los tres años. Sin embargo, en niños pequeños representa un problema serio que debe atenderse, ya que se corre el riesgo de que se presente un cuadro severo de desnutrición y complicaciones como problemas serios en el crecimiento», completó Parisi.
Por Víctor Ingrassia
Nota publicada en www.infobae.com
Actualidad: Portear sí, pero no de cualquier manera
Hoy quiero hablaros sobre porteo del bueno, del ergonómico, del que respeta los tiempos del niño, su desarrollo psicomotor y que además facilita enormemente la vida de los padres. Y es que es indudable que portear se ha puesto de moda y ¡yo ando feliz como una perdiz! Ahora os explico las claves del porteo que seguro para que aprendáis en un plis.
Empecemos por el principio, portear, igual que caminar, tiene múltiples beneficios tanto para el porteador como para el porteado, pero portear con un portabebés no recomendable, es como caminar con tacones, sigue siendo beneficioso, pero no hay quien lo soporte.
¿Qué necesita un portabebés para ser ergonómico?
- Se ajusta punto por punto al cuerpo del niño
Esto significa que la tela con la que está confeccionado el portabebés no debe ser preformada, ni rígida, ha de adaptarse al cuerpo del niño como una segunda piel, porque no se trata de que el niño se coloque en la postura que el portabebés diga, se trata de que el portabebés pueda colocarse en la postura en la que está el niño.
- Se adapta a cada etapa de desarrollo anatómico, fisiológico, biomecánico y psicomotor del niño
Haremos primero un recuerdo anatómico. La columna de un adulto, vista de lado, tiene varias curvas fisiológicas, que hacen que parezca una S alargada. La curvatura de la zona cervical se llama lordosis y es una concavidad, en la zona dorsal lo que tenemos es una cifosis, es decir, una convexidad, en la zona lumbar volvemos a tener lordosis y el sacro, que es una fusión de varias vértebras también forma una cifosis.
Cuando los niños nacen, sin embargo, su columna es una cifosis global, esto significa que forma una gran C desde el cuello hasta el culete, después, con el paso de las semanas y los meses, el niño consigue levantar la cabeza estando bocabajo y se forma la lordosis cervical, más tarde, cuando comienzan a gatear y consiguen ponerse de pie agarrados a algo, se forma la lordosis lumbar y todas estas curvas no se estructurarán hasta pasados varios años.
Por otro lado, está el desarrollo de las caderas, que es otro tema muy importante. Seguro que sabéis que la cabeza del Fémur se articula con la pelvis para formar la articulación coxofemoral, lo que quizás no sabéis con detalle es cómo se forma esa articulación. En la pelvis hay una concavidad conocida como acetábulo, que es donde se aloja la cabeza del fémur para permitirnos cargar el peso del cuerpo, tener estabilidad durante la marcha o dar patadas a un balón.
Sin embargo, cuando nacemos, la articulación no está desarrollada, gran parte de la misma es cartílago y ha de desarrollarse de forma correcta. Para esto, lo mejor es mantener las caderas del niño en la postura de ranita (frog position), pues es la posición en la que estamos seguros de que la cabeza femoral se encuentra bien centrada en el acetábulo y por tanto, se va a desarrollar de forma homogénea. Esta postura es precisamente la que adoptan las caderas de forma natural en el vientre materno y la posición en la que se colocan los recién nacidos de forma espontánea.
Arrullar a los niños con fuerza, con las piernas estiradas, y mantenerlos en esa posición durante tiempos prolongados, se relaciona con un mal desarrollo de las caderas y aumenta las probabilidades de sufrir displasia
Pues bien, teniendo en cuenta esto, es lógico pensar que un portabebés ergonómico lo es precisamente, por permitir que el niño mantenga la columna en cifosis global y las caderas en postura de ranita. Además de más cómodo para ambos, es más respetuoso y seguro con el desarrollo global de los niños.
- No permite posturas antiergonómicas, de hiperestimulación o que comprometan la integridad física del niño
Cuando hablamos de posturas antiergonómicas nos referimos fundamentalmente a ir orientado mirando hacia el mundo. Esta postura de por sí ya deja de ser ergonómica por el simple hecho de que si el niño va cara al mundo, no puede mantener la columna en la cifosis global que hablábamos antes, además, las caderas no irán tampoco en posición ranita y para colmo de males, si el niño se siente cansado, asustado o nervioso (hiperestimulado) no tiene forma de protegerse. Mal por partida doble.
Por otro lado, están las posturas que se relacionan con riesgo de asfixia, que estas además de ser incómodas, antiergonómicas y nada recomendables, son directamente peligrosas. Portear a un bebé en posición de cuna no es buena idea pues corremos el riesgo de que el niño haga un doble mentón, cerrando la vía aérea y por tanto, impidiendo el paso del aire hasta los pulmones.
Estas posturas se permiten únicamente cuando queremos amamantar sin sacar al niño del portabebés, pero no se recomienda jamás como postura para desplazarnos de un sitio a otro, el niño llora en el súper, lo coloco en posición de cuna, el pequeño come y vuelta a la vertical.
La posición de ranita en vertical es además una postura fenomenal para evitar el reflujo, luchar contra los gases o ayudar a los bebés a que las sustancias de desecho salgan por el final del tubo digestivo, ayudadas de la gravedad y el movimiento.
Y muchos de vosotros pensaréis que los niños no quieren ir orientados hacia el porteador, que a los niños les encanta ir mirando el mundo… en tal caso tenemos una estupenda solución, ponerlos a la cadera. Seguirá siendo una posición ergonómica, le permitirá mirar el mundo por delante y por detrás del porteador y en el caso de estar cansado o nervioso, puede apoyarse o protegerse con el cuerpo del porteador.
- El peso del niño está bien repartido en el portabebés. El niño va “sentado” y “contenido” por toda la tela que tiene alrededor
Es muy importante que el niño vaya sentado y no COLGADO. Existen portabebés en el mercado en los que más que sentados, los niños van colgados sobre sus genitales, zona que por supuesto, no está diseñada para cargar peso, pues como ya habrán podido comprobar en muchas ocasiones, es una zona especialmente sensible. Debemos procurar que el niño vaya más bien sentado sobre la tela, con la espalda bien apoyada y con suficiente soporte como para dejarse llevar relajado, e incluso echar un sueñecito, porque quizás no lo sabéis pero los portabebés ergonómicos tienen una especie de polvos de sueño que hacen que los niños caigan sopa en menos que canta un gallo!
- El portabebés hace un buen reparto de las cargas sobre el/la porteador.
Esto es obvio, cuanto mejor se reparta el peso sobre el cuerpo del porteador, más cómodo resultará para este último y por tanto, más tiempo podrá usarlo.
- Está confeccionado en tejidos certificados, que han pasado estrictos controles de calidad, indicando los componentes, los tintes y el peso máximo del usuario.
¿Cualquiera puede hacerse un portabebés con una tela bonita? pues sí. ¿Es esto seguro? Pues no. Los portabebés están fabricados con tejidos específicos, con una elasticidad determinada, en una dirección determinada, han pasado prueba de resistencia, se tiñen con tintes no tóxicos, etc. No es recomendable confiar en portabebés que no hayan sido confeccionados con telas específicas para el porteo de los niños. Si tienes dudas, pregunta la marca de la tela con la que se ha fabricado el portabebés.
Resumiendo…
Los niños al frente, en cadera o a la espalda, pero SIEMPRE orientados hacia el porteador
Las caderas en posición ranita, es decir, las rodillas deben quedar SIEMPRE más altas que el culete. Formando una M. Tenemos una regla mnemotécnica para eso: «Cuídalo Mucho» la espalda es la C y las caderas la M.
Usa portabebés de origen conocido, confeccionados con telas específicas para el porteo seguro.
Las vías aéreas deben permanecer siempre despejadas y visibles.
Si quieres usar Portabebés que requieran anudados, usa vídeos fiables para aprender. En red canguro (la asociación nacional para el fomento del porteo ergonómico) tienen grupo de Facebook, página web y organizan continuamente actividades y talleres gratuitos para las familias que quieren aprender a portear.
Si quieres usar mochila asegúrate de que es ergonómica, pero no porque lo ponga en la caja. Mira bien todos los puntos que hemos dicho: nunca ir cara al mundo, mantener caderas en posición ranita y que no vaya colgando son puntos fundamentales.
*Ana León es fisioterapeuta.
Nota publicada en www.elpais.com el 9/3/17
18 de junio: Día del Padre
CRIANZA FELIZ les desea un muy feliz día a todos los papás que con tanto amor y dedicación acompañan a las mamás en el camino de la crianza.
Para celebrarlo, le preguntamos a Florencia:
CF: «Como es Felipe como papá de Paloma?»
Flor: «Felipe es una papá cariñoso, presente, alegre, activo, participativo. Nos complementamos, nos alegramos juntos, nos frustramos juntos. Nos acompañamos. Criamos juntos. Nuestra hija es feliz porque lo hacemos con alegría, con mucho amor y muy juntos. Felipe es una papá increíble que se ocupa todos los días de ella. No podría haber elegido a nadie mejor para transitar este camino«.
Actualidad: Amas de casa (no) desesperadas
En pleno empoderamiento femenino, hay mujeres que eligen resignar la profesión y la autonomía económica para cuidar de sus hijos y del hogar
LA NACION
SÁBADO 08 DE ABRIL DE 2017
Carolina Orellana dejó su trabajo en el área de Recursos Humanos de una empresa para estar con sus hijos. Todavía recuerda el viaje al microcentro, las ocho horas que parecían que no pasaban nunca y la angustia, esa angustia que hacía que saliera corriendo, sin comer, para llegar más temprano a casa y compartir lo que quedaba del día con Salvador y Felicitas, sus hijos que en ese momento tenían 1 y 3 años. Lo recuerda como si se tratara de una vida anterior, lejana. Como si la protagonista fuera otra. «Había pedido en la oficina entrar más temprano y resignar la hora de almuerzo para irme a las tres de la tarde. Mi jefa me había dicho que sí, pero en la práctica no pasaba: llegaba más temprano y me iba más tarde. La empecé a pasar mal, llegó un punto que hasta se me notaba físicamente. Ahí dije basta», cuenta Carolina Orellana, licenciada en Recursos Humanos que resignó su carrera para quedarse en casa y cuidar de sus tres hijos: hace cuatro meses nació Trinidad, la más pequeña del clan.
No es la única. Son varias las mujeres que, después de ser madres, se plantean dejar de trabajar y eligen convertirse en amas de casa calificadas, con títulos universitarios que no tendrán, al menos por unos años, correlato en la práctica laboral. En su elección, no sólo sacrifican una carrera profesional, sino también la tan mentada independencia económica, una de las principales banderas levantadas por el feminismo que brega por la autonomía como forma de evitar distintas formas de violencia de género. Incluso, muchas deben lidiar con la mirada inquisitoria de sus pares -madres que, a diferencia de ellas, trabajan- y de la sociedad, que suele menospreciar el rol de ama de casa.
Sin embargo, estas mujeres priorizan estar cerca de sus hijos, especialmente en sus primeros años de vida, cuando la necesidad de apego es determinante. Después, en un futuro, se imaginan volviendo al mercado laboral, en muchos casos, con un emprendimiento propio que permita compatibilizar ambas funciones.
«A los tres meses de Felicitas, volví a trabajar porque necesitábamos la plata. Al principio se quedaba en casa con la abuela, pero después, a los seis meses, la dejaba en la guardería de la empresa, lo que implicaba un viaje al microcentro todos los días que era un estrés para ella -de hecho se enfermó con un virus- y entonces la cambié a una cerca de casa. Tuve que apurar el destete. Al año y cuatro meses quedé embarazada de Salvador y cuando él cumplió un año, entre el jardín de Feli que era jornada completa y la persona que se quedaba con Salva en casa hicimos cuentas con mi marido y no valía la pena salir a trabajar porque casi todo el sueldo se iba en pagar a quien cuidara a los chicos esas horas que yo no estaba -cuenta Carolina-. La verdad, no me arrepiento para nada. Tengo la suerte de tener un marido que es piola con el tema del dinero. Yo no aporto a nivel plata, mi aporte es otro. Y él lo valora», asegura.
Aunque muchas de estas mujeres destacan que se trata de una decisión puramente personal, la realidad es que el contexto cultural y social termina por inclinar la balanza para uno u otro lado: «Las mujeres jefas de hogar o de menores recursos trabajan todas y hacen malabares con sus hijos para que alguien se los cuide mientras están afuera. Las que pueden elegir no trabajar tienen el sostén económico del hombre y, en muchos casos, también tienen alguien que las ayuda con la casa y otros recursos. Esto es muy distinto a tener que poner el cuerpo las 24 horas -sostiene Eleonor Faur, socióloga y profesora de la Unsam y autora de El cuidado infantil en el siglo XXI: mujeres malabaristas en una sociedad desigual-. Es decir, hay muchas más razones por las que estas madres se quedan en las casas, que van más allá del amor maternal», plantea la académica, coautora también de Mitologías de los sexos.
En la Argentina, de las 8,5 millones de mujeres que tienen entre 25 y 59 años, el 24,7 por ciento se declara ama de casa. Las de alto nivel educativo apenas representan el 10 por ciento del total, según datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Es decir, la mayoría de las mujeres con título universitario elige salir a trabajar.
«Las mujeres profesionales participan del mercado laboral mucho más que otras mujeres, que están en una situación de vulnerabilidad. Pero todas las que tienen empleo casi siempre hacen una logística especial para ver quién queda al cuidado de los chicos -sostiene Faur-. Esto tiene que ver con que el modelo de cuidado está todavía puesto en la mujer, que sigue sintiéndose responsable de los hijos y de la casa. Es cultural y político porque el Estado avala esto dándole 90 días de licencia a la mujer y dos al hombre. Que seamos nosotras las «designadas» del cuidado hace que muchas entren en tensión y renuncien al empleo sin medir los costos porque que las mujeres dispongan de un ingreso propio muchas veces favorece que puedan salirse de una relación no satisfactoria o violenta», plantea la socióloga.
Sin embargo, entre las feministas que luchan por la igualdad de género, la cuestión de la realización profesional no está del todo zanjada. Una de las voces del feminismo que salió en defensa de aquellas que desean quedarse en casa cuidando hijos es nada menos que Camille Paglia, reconocida activista norteamericana y una de las primeras en luchar por los derechos de la mujer. Entre sus declaraciones más polémicas -y que le valieron el rechazo de gran parte de sus compañeras de lucha- figuran frases como «las mujeres más felices que conozco son las que tienen una educación preparatoria, se casaron inmediatamente después de graduarse y nunca fueron a la universidad». Y otra: «Miro a mis amigas que están desesperadas, frenéticas y agotadas. Son las mujeres más infelices que han existido jamás. Trabajan por la noche, los fines de semana y no tienen vida. Sus hijos son criados por niñeras y sienten culpa. Quiero empoderar a la mujer que quiere decir «estoy cansada de esto y quiero ir a casa»».
Después de casi una década y al ver que sus hijas ya estaban más grandes, Mariana Cavallero quiso volver a trabajar.
Hay todavía más voces que se levantan en favor del ama de casa en el siglo XXI. Impensadas porque provienen de los millennials, la generación que -se supone- encarna un nuevo modelo de familia y de consenso entre los géneros. Un artículo reciente publicado en The New York Times asegura que un estudio realizado en 2014 entre los estudiantes del último año de secundario arrojó como resultado que el 58% de los consultados -jóvenes que no superan los 18 años- piensa que el mejor modelo de familia es aquel en el que el hombre es la principal fuente de ingresos. En 1994, plena generación X, esa cifra era menos del 30 por ciento. Muchos no tardaron en vincular estos sondeos con el resultado en la elección presidencial de los Estados Unidos, donde una mujer calificada pierde a manos de un hombre poderoso con un claro historial de machismo exacerbado.
«Contrariamente a lo que se piensa, hoy se está revalorizando a la familia. Ya ha pasado toda una generación de mujeres que pusieron su acento en la realización profesional y esta nueva generación se ha dado cuenta de que la falta de esos vínculos ha repercutido en los niños -opina Cristina Arruti de Alais, orientadora familiar del Instituto de Familia de la Universidad Austral-. El apego seguro, relacional y afectivo se establece en la primera infancia. Hay muchas mujeres que han tenido la vivencia de llegar a casa y su mamá no esté y no quieren repetir eso con sus hijos. Ante esta realidad, muchas optan por quedarse en casa esos primeros años y después volver a insertarse en el mercado laboral».
Precisamente, una de las hipótesis desarrollada en el artículo sobremillennials publicado por The New York Times plantea que el apoyo a los modelos de familia tradicionales se debe a que los jóvenes son testigos de las dificultades experimentadas por los padres en las familias donde hay dos fuentes de sustento. Allí se menciona que un estudio reciente realizado en 22 países europeos y de habla inglesa señala que los padres norteamericanos reportan los niveles más altos de infelicidad debido a la ausencia de políticas que respalden el equilibrio entre la vida familiar y laboral.
Apenas un paréntesis
El deseo de volver a trabajar es una de las diferencias respecto de las amas de casa de antes, que nacían y morían con la idea de quedarse toda la vida criando hijos y al cuidado del hogar. «El hecho de que las mujeres, desde la década del 80, hayan tenido mayor acceso a la educación hace que sus expectativas sean diferentes», asegura Faur. En Francia, donde hay una ONG que las agrupa, a estas mujeres se las llama «las nuevas amas de casa». Marie-Christine Rousselin, presidente de la Unión Nacional de Mujeres Activas define el nuevo rol: «Nuestro desafío es hacer todo y hacerlo bien, y luego, sucesivamente, estudiar, trabajar, educar a los niños y eventualmente regresar al mercado laboral, todo esto mientras nos adaptamos a la evolución de nuestra vida familiar», explica. Para Yvonne-Poncet Bonissol, psicóloga clínica, «ser ama de casa hoy suele ser un paréntesis en la vida de las mujeres».
A los 42 años -hoy tiene 44- Mariana Cavallero decidió volver a insertarse en el mercado laboral. Después de casi una década en la que tuvo dedicación exclusiva a su familia, sintió que era tiempo de salir de su casa. «Cuando nació mi primera hija tenía 32 años y logré reducir la jornada laboral. Pero cuando nació la segunda ya me era muy difícil compatibilizar todo y me quedé -cuenta-. Pero no fue una decisión fácil, me costó mucho estar inactiva. Si bien estaba feliz de estar con mis hijas, sentía que me faltaba algo más. Y cuando la más chica cumplió los 8, tuve una charla con mi marido y le dije que quería volver a trabajar. Él me apoyó».
Claro que la vuelta no es fácil y los años fuera del mercado, pesan. «Estaba muy atada a mis funciones de mamá. No me costó conseguir trabajo porque cargué mi currículum y a la semana me llamaron. Pero yo estaba en una cajita de cristal y fue como volver a la jungla. No sabía ni usar la Sube», reconoce Mariana, que después de un año y medio renunció al empleo en una prepaga y buscó un nuevo trabajo. «Era un lugar de paso, no estaba contenta. Ahora estoy en la parte de coordinación médica de una obra social y estoy feliz porque es una hora menos de trabajo y puedo llevar a mis hijas al colegio y cuando vuelven de la escuela yo prácticamente estoy llegando a casa», destaca.
En el caso de Cecilia González Argento, mamá de cuatro hijos (de 14, de 8 y 6 años y uno fallecido que hoy tendría 12) la idea de volver a trabajar le está dando vueltas en la cabeza, aunque reconoce que no es fácil. Mientras estudiaba Bioquímica empezó a trabajar en una farmacia que hacía preparados magistrales. Renunció para hacerse cargo de una fábrica de velas. Allí estuvo hasta que nació su tercer hijo. Pero la vendió porque decidió dedicarse de lleno a la familia, especialmente después del golpe que le significó la muerte de su segundo hijo.
«Lo que más me pesa es tener un sueldo menos. Pero saco cuentas y entre lo que tendría que pagar de comedor, niñeras y lo que me queda, no hago el sacrificio de dejar a mis hijos. No es lo mismo que vaya la mamá que otra persona a buscarlos al colegio. Yo participo mucho de sus actividades, los llevo, los traigo. Estoy más cansada, trabajo más horas, pero el premio es más grande, aunque no es económico».
Sin embargo, ahora que los chicos crecieron y se unificaron los horarios, reconoce que le gustaría «hacer algo más». «En lo mío lo veo muy difícil, después de 10 años de no hacer nada es complicado. Pero sí fantaseo con un emprendimiento propio en el que pueda manejar los horarios.»
Aunque con una beba de 4 meses esa hipotética situación de vuelta al trabajo es todavía lejana, Carolina Orellana, de 35 años, no la descarta. Sin embargo, no se ve reinsertándose en una empresa, como antes de ser madre. «Me encantaría volver en algún momento cuando sean más grandes y no dependan tanto de mí. Pero no volvería a cumplir horarios. Me imagino algo propio, sin jefes ni estructuras. Porque si volviera a la misma situación de antes de ser mamá, sentiría que todo lo que invertí, no sirvió de nada -plantea-.Felicitas, que es la más grande, todavía se acuerda de cuando ella iba todo el día al colegio e incluso comía ahí, en el comedor. Ella es la que más valora que esté. A Feli le encanta salir al mediodía y comer en casa. Si trabajara, no podría hacerlo. Volver hoy sería un costo demasiado alto para ella y sus hermanos».
En contraposición, la socióloga y profesora universitaria Faur asegura que esa carga moral con la que deben lidiar las mujeres de tener que ocuparse de los hijos hace que piense que hay un precio por salir a trabajar. «Pero para mí hay un costo por no salir a hacerlo. Los chicos necesitan amor, cuidado, escucha y dedicación. Hay muchas personas que pueden cubrir esas necesidades, no sólo la madre. Esa es una de las tantas mitomanías en relación a los sexos», asegura Faur.
Para las que piensan que quedarse en casa cuidando hijos es una buena decisión, Terri Hekker, famosa por haber escrito en los 80 un libro que instaba a las mujeres a descartar la carrera profesional y quedarse en casa escribió una secuela de su famoso best seller Ever since Adan & Eve (Desde Adán y Eva). El título de su segundo libro es más que elocuente: Disregard First Book (Olvídense del primer libro), una autocrítica a esa primera publicación en la que hacía una encendida llamada a quedarse en casa frente al avance del feminismo. Treinta años después, nada resultó como lo había planeado: se divorció y tras la separación, sintió que se había convertido en una suerte de «paria social» que no servía para nada. Ahora Hekker cree que su decisión de convertirse en ama de casa tiempo completo fue de las peores que tomó en su vida. ¿Su consejo? Que las mujeres se cuiden por sí solas. Y que salgan de sus hogares.
La casa y los chicos pueden esperar. O no.
Producción de Gabriela Ballesi