Educa en “respeto” no en la “obediencia” del miedo

A menudo, los padres no saben distinguir entre respeto y obediencia, lo cual ocasiona que la relación con sus hijos sea sana. Por esta razón es importante saber cuál es el límite que separa estos dos conceptos y cómo separarlos en la práctica.

Cabe destacar que, muchas veces, la obediencia no da como resultado padres e hijos felices. De hecho, muchas veces crea una barrera entre ambos que, progresivamente, perjudica el afecto y sus distintas expresiones.

¿Qué es la obediencia?

La obediencia es la acción de seguir las órdenes de otra persona (considerada como superior) sin cuestionamientos, justificaciones, motivos ni razones. Por lo general, esto implica que se atienden a los preceptos del superior para complacerlo.

¿Y que hay de malo en esto? En primer lugar, la falta de cuestionamiento y de explicaciones crea una barrera comunicacional. Sin las explicaciones necesarias, un niño no entenderá las razones por las cuales debe hacer (o no) una determinada acción.

El día de mañana este niño puede ser un adulto inconsciente. Sentirá desdén por las explicaciones y esto influirá negativamente en distintos ámbitos de su vida.

Por otra parte, puede que desarrolle una actitud pasiva, que permita atropellos de todo tipo. Asimismo es posible que sea una persona demasiado voluble, con la necesidad constante de lograr la aceptación de otros.

La obediencia se obtiene a través del miedo, el castigo y de la imposición, no a través de la educación. Por ende, la obediencia no garantiza un individuo sano ni mucho menos feliz.

Es necesario que entiendan las razones para que puedan desarrollar un buen comportamiento y que puedan desenvolverse así de forma espontánea. De lo contrario, el niño no sabrá nunca qué es exactamente lo que se espera de él y avanzará a tropezones, lleno de incertidumbre.

Manifestaciones incorrectas de obediencia

Este es un tipo de conducta muy habitual que ven los maestros y profesores en las aulas. Los niños que en clase abusan de otros, que no respetan y que muestran una conducta que dista mucho de cómo es sucomportamiento en casa.

Cuando los profesores hablan con los padres, estos no terminan de entender -ni de creer- que sus hijos actúen de este modo porque en casa “son muy obedientes”.

El problema reside en lo siguiente: cuando educamos con el miedo y el castigo los niños obedecen, pero no interiorizan el concepto del respeto.

Actúan por obligación no por comprensión. De ahí, que en la escuela, al sentirse libres de la presión familiar, tiendan a canalizar ese miedo y esa rabia en conductas disruptivas.

En ocasiones, incluso podemos ver el caso contrario. Los niños con un crianza severa, basada en la obediencia, se muestran en otros escenarios comportamientos cerrados, temerosos y defensivos.

Hay muchos modos de educar a un niño y cada familia, tendrá sin duda sus principios, sus valores y sus esquemas sobre lo que desean transmitir a sus hijos. Ahora bien, ni la obediencia ni la sumisión son saludables.

Riesgos de la crianza basada en la obediencia:

  • Los niños no se atreven ni saben expresar sus emociones porque cualquier acto espontáneo es sancionado.
  • Los niños a los que se les enseña a guardar silencio, a esconder sus lágrimas porque “llorar es de débiles” o a quedarse quietos porque “molestan”, se reprimen emocionalmente.
  • La obediencia busca también “proteger” al niño de posibles peligros. Un niño obediente es una persona que no cruzará la zona de confort del hogar y que estará apegado a esa burbuja familiar.

El niño obediente educado en el miedo, no se atreve a explorar, no descubre, no se siente seguro para abrirse a los demás. El miedo es lo opuesto a la felicidad. Es necesario cambiar esquemas, educa en respeto no en miedo.

Educar en respeto crea vínculos sanos

No es lo mismo “cállate y quédate quieto que lo único que haces es molestar” que decir “¿puedes guardar silencio ahora, por favor? Mamá está hablando por teléfono”.

Es cierto que todos queremos tener niños que nos hagan caso, pero para lograrlo es necesario que entiendan siempre por qué deben hacernos caso y qué sentido tiene actuar siempre con respeto hacia los demás.

Toma nota de estas claves en las que reflexionar sobre el valor de la educación basada en el respeto:

  • Ofrece responsabilidades a tu hijo. Es necesario que desde bien temprano aprenda la importancia de hacer cosas por él mismo y hacerse cargo de sus objetos personales. Poco a poco se sentirá orgulloso de sí mismo al darse cuenta de que es capaz de hacer muchas cosas y de que nosotros, confiamos en ellos.
  • Razona con tus hijos sobre toda norma que establezcas en casa. Explícale por qué debe cumplirse. Habla con tus hijos y establece una comunicación respetuosa donde atender todas sus preguntas.
  • Cuando haga algo mal no grites ni humilles (“eres torpe”, “eres el niño más malo del mundo”). En lugar de intensificar la negatividad, enséñale a hacer las cosas bien. Entiende sus emociones y enséñales a canalizar y a entender esos procesos internos.

 

Para pensar…

Los niños no piden nuestra atención, mirada y escucha por elección. Piden por biología, cuando su necesidad más básica de presencia no es satisfecha.

 

El papá que cuida al bebé no “ayuda”, ejerce la paternidad

El padre que atiende el llanto del bebé, que lo mece, que le cambia los pañales y le enseña las primeras palabras, no está “ayudando” a la mamá, está ejerciendo el papel más maravilloso y responsable de su vida: el de la paternidad. Son sin duda matices de un lenguaje a modo de trampas disimuladas en las que caemos muy a menudo y que es necesario trasformar.

A día de hoy, y para nuestra sorpresa, seguimos escuchando a muchas personas poner en voz alta la clásica frase de “mi pareja me ayuda en el trabajo del hogar” o “yo ayudo a mi mujer en el el cuidado de los niños”. Es como si las tareas y responsabilidades de una casa y de una familia tuvieran patrimonio, un sello distintivo asociado al género y del cual aún no nos hemos desprendido del todo en nuestros esquemas de pensamiento.

La figura del padre es igual de relevante que la de una madre. Queda claro, no obstante, que el primer vínculo de apego del recién nacido durante los primeros meses se centra en la figura materna. Sin embargo, en la actualidad, la clásica imagen del progenitor donde se focalizaba la férrea autoridad y el sustento básico del hogar ya no se sostiene y debe ser invalidada.

Debemos dar fin al caduco esquema patriarcal donde las tareas se sexualizan en rosa y azul, con el fin de propiciar cambios reales en nuestra sociedad. Para ello, debemos sembrar el cambio en el ámbito privado de nuestros hogares y, ante todo, en nuestro lenguaje.

Porque el papá “no ayuda”, no es alguien que pasa por casa y aligera el trabajo de su pareja de vez en cuando. Un padre es alguien que sabe estar presente, que ama, que cuida y se responsabiliza de aquello que da sentido a su vida: su familia.

El cerebro de los hombres durante la crianza

Algo que todos sabemos es que el cerebro de las mamás experimentan asombrosos cambios durante la crianza de un bebé. El propio embarazo, la lactancia así como el cuidado cotidiano del niño favorecen una reestructuración cerebral con fines adaptativos.Es algo asombroso. No solo se incrementa la oxitocina, sino que la sinapsis neuronal cambia para aumentar la sensibilidad y la percepción con el fin de que la mujer pueda reconocer el estado emocional de su bebé.

Ahora bien… ¿y qué ocurre con el padre? ¿Es quizá un mero espectador biológicamente inmune a a dicho acontecimiento? En absoluto, es más, el cerebro de los hombres también cambia, y lo hace de un modo sencillamente espectacular.

Según un estudio llevado a cabo en el” Centro de Ciencias del Cerebro Gonda de la Universidad de Bar-Ilan”, si un hombre ejerce un papel primario en el cuidado de su bebé experimenta el mismo cambio neuronal que una mujer.

A través de diversos escáneres cerebrales, efectuados tanto en padres heterosexuales como en homosexuales, pudo verse que la actividad de sus amígdalas era 5 veces más intensa de lo normal. Esta estructura se relaciona con la advertencia del peligro y una mayor sensibilidad al mundo emocional de los bebés.

Asimismo, y este dato puede sorprender a más de uno/a, el nivel de oxitocina segregado por un padre que ejerce el rol de cuidador primario es igual al de una mujer que cumple también su papel como madre. Todo ello nos revela algo que ya sabíamos: un padre puede relacionarse con sus hijos al mismo nivel emocional que la madre.

La paternidad y la maternidad responsable

Hay padres que no saben estar presentes. Hay madres tóxicas, padres maravillosos que crían a sus hijos en soledad y mamás extraordinarias que dejan huellas imborrables en el corazón de sus niños. Criar a un hijo es todo un desafío para el que algunos/as no están preparados y que muchos otros afrontan como el reto más enriquecedor de sus vidas.

Con ello queremos dejar claro un aspecto: la buena paternidad y la buena maternidad no sabe de sexos, sino de personas. Aún más, cada pareja es muy consciente de sus propias necesidades y llevará a cabo las tareas de crianza y atención en base a sus características. Es decir, son sus propios miembros quienes establecen el reparto y las responsabilidades del hogar en base a la disponibilidad

El llegar a acuerdos, el ser cómplices uno del otro y el tener claro que el cuidado de los hijos es responsabilidad mutua y no exclusividad de uno solo creará esa armonía favorecedora en la que el niño crecerá en felicidad teniendo ante todo un buen ejemplo de qué es la paternidad.

Asimismo, y más allá de los grandes esfuerzos que cada familia lleva a cabo en el seno de su propio hogar, es necesario que también la sociedad sea sensible a ese tipo de lenguaje que alimenta las etiquetas sexistas y los estereotipos.

Las mamás que continúan con su carrera profesional y que luchan por tener una posición en la sociedad, no son “malas madres” ni descuidan a sus hijos. Por su parte, los papás que dan el biberón, que buscan remedios para los cólicos de sus bebés, que van a comprar pañales o bañan cada noche a los niños no están ayudando: ejercen su paternidad.

Autora: Valeria Sabater, psicóloga y escritora.

 

Las cacas del bebé

El meconio

La primera caca del recién nacido es negra, brillante, pastosa y pegajosa. Se llama meconio, como se podría llamar de cualquier otra manera. Todos los nuevos padres se apresuran a aprender esta difícil palabra, convencidos de que es necesario hablar con propiedad para parecer padres curtidos. Pero, para su gran decepción, la criatura nunca vuelve a hacer meconio. No se desesperen; el saber no ocupa lugar, y la palabra bien podría salir en algún crucigrama.

Durante los días siguientes, el angelito hace unas cacas más líquidas, menos pegajosas, de color grisáceo-verdoso, que como no son ni chicha ni limonada se llaman de transición. Es sólo una manera de decir que quiere hacer cacas normales, pero aún no le salen.

La falsa diarrea

Por fin llega el tan esperado momento: las cacas normales del bebé.

Las cacas del niño que toma el pecho son de color amarillo dorado (aunque también se fabrican versiones amarronadas o incluso verdosas); de consistencia líquida y grumosa (con granitos de moco, como una sopa de arroz muy pasado, o con estrías de mucosidad); de carácter ruidoso y explosivo (“Parece que se ha ensuciado”, sugiere alguna abuela en la cola del pan al oir el ruido característico), y de olor agradable (quienes aún no tengan hijos pensarán que este último punto es una típica exageración paterna; pero lo cierto es que cualquiera puede distinguir la caca de un adulto de la de un niño de pecho con los ojos cerrados).

Pero la principal característica de las cacas del niño de pecho es su frecuencia. Suelen hacer caca durante o después de cada mamada. A veces no hacen tantas veces, sino “sólo” cuatro o cinco al día; pero a cambio hay criaturas que hacen “horas extras”, y regalan a sus papás algunas cacas entre toma y toma. El récord está en más de 20 cacas al día.

Algunos novatos, viendo cacas tan numerosas y tan líquidas, piensan que el bebé tiene diarrea. ¡Grave error! Es totalmente normal. Al bebé no le pasa nada, ni hay que darle ningún medicamento, ni líquido, ni dieta especial.

El falso estreñimiento

Al cabo de un tiempo, tal vez aburrido de hacer tantas cacas, el bebé comienza a hacer muy pocas. Casi todos los niños que toman sólo pecho están dos o tres días sin hacer caca. No es raro encontrar niños que sólo hacen caca cada 5 o 7 días. Y el récord del mundo está en más de un mes. Cuando por fin la hace, es tan blanda y grumosa como de costumbre (aunque de tamaño descomunal). No se le ocurra pesar a su hijo antes y después de una de estas cacas, podría llevarse un susto.

Una vez más, los novatos, al ver que la criatura no hace nada en varios días, piensan que está estreñida. Nada más lejos de la realidad. Porque el estreñimiento no se define por el número de las deposiciones, sino por la consistencia. Cuando un niño hace bolas gordas y duras, está estreñido. Eso es una enfermedad, porque la bola casi no cabe por el agujero, y por tanto produce dolor, y puede provocar hemorroides y fisuras anales (pequeñas heridas sangrantes). Hacer bolas duras es estreñimiento, aunque se hagan tres veces al día.

En cambio, hacer cacas blandas es lo normal, aunque se haga una por semana. La mayoría de los niños están felices y contentos, ajenos a la preocupación de sus familias. Algunas madres, sin embargo, aseguran que sus hijos, cuando llevan varios días sin hacer caca, están quejosos, como si les doliera la barriga. Es difícil saber si realmente las molestias son debidas a la caca, o más bien se trata de una coincidencia, como la “fiebre de la dentición”. A todos los niños del mundo les salen 16 dientes entre los 6 y los 20 meses, no hay día en que no les esté saliendo, les acabe de salir o esté a punto de salirles un diente. No es extraño que cualquier resfriado, diarrea o fiebre coincida con algún diente, y el pobre diente se lleva las culpas. Del mismo modo, puesto que todos los niños de pecho pasan varios días sin hacer caca, es fácil que cualquier llanto o molestia se atribuya al “estreñimiento”. En todo caso, las madres que creen que su hijo tiene dolor de barriga por lo de la caca suelen coincidir en que se calma bastante con un suave masaje en la pancita.

Como el estar varios días sin hacer caca es normal en un niño amamantado, no hay que hacer absolutamente nada: no hay que darle agua, ni manzanilla, ni otras hierbas, ni jugos, ni biberones. No hay que darle medicamentos, laxantes, “carminativos” ni gotas “para la digestión”. No hay que “estimularles” con supositorios, termómetros, cerillas, tallos de perejil ni rabos de hoja de geranio untados en aceite. No hay que hacer absolutamente nada, salvo darle el pecho y esperar (y, quienes tengan un espíritu inquisitivo, apuntarlo en el calendario para ver si logran un nuevo récord. Si su hijo está más de un mes sin hacer caca, escríbanos).

¿A qué edad se produce este cambio espectacular, de la falsa diarrea al falso estreñimiento? En la mayoría de los niños, entre los dos y los cuatro meses, aunque algunos empiezan desde el mes. Podría haber algún niño de pecho que comenzase así desde el nacimiento, sin pasar nunca una temporada de cacas frecuentes. Pero también hay algunos problemas intestinales que se manifiestan con estreñimiento desde el nacimiento. Si su hijo no hace cacas frecuentes, al menos en las primeras semanas, coménteselo a su pediatra.

Cuando toman el biberón

Los niños que toman el biberón hacen la caca muy distinta a los de pecho. Suele ser más espesa (algunos francamente dura, pues son propensos al estreñimiento), de color marrón. No muestran los espectaculares cambios de frecuencia de los niños de pecho, sino que mantienen un ritmo constante, unas dos a cuatro cacas al día. Cuando un niño que toma el biberón pasa un par de días sin hacer caca, casi siempre es un auténtico estreñimiento: una bola grande y dura, que no pasa por el agujero… y que cada día se hace más grande y más dura, por lo que conviene tomar medidas a tiempo.

En cuanto a la lactancia mixta, es impredecible. Algunos niños siguen haciendo cacas “de pecho”, tanto en aspecto como en número, a pesar de tomar algunos biberones. Pero es más frecuente que un sólo biberón al día cambie totalmente el panorama, y que las típicas cacas del niño de pecho desaparezcan por completo. Por eso, hasta hace unos años, pocos niños llegaban a la fase de “una caca cada varios días”, porque pocos niños llegaban a los cuatro meses sin haber tomado biberones. Hoy, cada día son más los madres que dan sólo pecho, sin ningún biberón ni papilla, hasta los seis meses; y por tanto cada vez son más los niños que “no hacen caca”.

Qué hacer si hay diarrea

Por suerte, la diarrea es rara en los niños de pecho; pues sería difícil distinguirla de sus cacas normales. Para creernos que un niño de pecho tiene realmente diarrea, debe tener también vómitos, fiebre, sangre en las heces o un “mal aspecto general”.

En todo caso, si su hijo realmente tiene diarrea, recuerde que el objetivo del tratamiento no es que haga menos cacas. Si el problema de la diarrea fuera el número de deposiciones, el único peligro sería arruinarse comprando pañales. Los verdaderos peligros de la diarrea son la deshidratación (falta de agua y sales minerales) y, a más largo plazo, la desnutrición (falta de comida). Por tanto, lo peor que se puede hacer a un niño con diarrea es dejarlo sin beber o sin comer. No haga caso si le recomiendan mantener a su hijo en ayunas, o darle sólo arroz.

Si su hijo sólo toma pecho, siga dándole pecho, cuantas más veces mejor. Si la caca es abundante, puede que necesite agua o suero después de las mamadas (pero no en vez de las mamadas). Si su hijo toma sólo el biberón, siga dándole el biberón, en principio con la misma leche y a la misma dilución, y ofrézcale agua o suero después de las tomas. Si su hijo ya toma otros alimentos, ofrézcale la misma dieta a la que ya está acostumbrado. Como probablemente habrá perdido el apetito, no intente obligarle, pero procure darle lo que más le guste, y ofrézcale con frecuencia pequeñas cantidades. Cuanta más caca haga, o cuanto más vomite, más pecho y más líquidos necesitará; no deje de darle líquido porque ha vomitado.

Ante una diarrea importante en un bebé hay que acudir al médico, e irle dando el suero por el camino.

Qué hacer si hay estreñimiento

El verdadero estreñimiento (bolas grandes y duras) es casi exclusivo de los niños que toman biberón. En algunos casos, puede mejorar con un cambio de la marca de leche. Compruebe que está preparando bien los biberones, con suficiente agua y sin apretar ni colmar las medidas de leche.

Si el bebé más o menos va “trampeando” y haciendo caca cada par de días, lo mejor es esperar pacientemente; y, cuando tenga edad para tomar otros alimentos, buscar los más ricos en fibra (legumbres, verduras, frutas, cereales integrales). Los masajes suaves pueden ser útiles (siga la dirección del intestino grueso: es la dirección de las agujas del reloj). El jugo de naranja lleva muy poca fibra, y no suele hacer mucho efecto en el verdadero estreñimiento.

Autor: Carlos González

 

Para Pensar…

La etapa de dar es siendo padres, no siendo hijos… Y la etapa de recibir es siendo hijos, no siendo padres. Cuando esta ley se invierte es cuando empiezan todos los problemas emocionales.

Actualidad: Abrazar y besar a tu bebé afecta su ADN

La felicidad misma para una madre, es abrazar y besar a su bebé. Que ese amor hecho persona es la cosa más adictiva que existe con su olor, su suavidad, su ternura. Que lo que más ama de ser mamá es poder también perderse en esos abrazos llenos de luz.

Nunca he dudado del inmenso poder que tienen los abrazos amorosos: iluminan el día, conectan corazones, ponen final a una discusión, dan fuerzas, dan ánimo, relajan, dan seguridad. Y por si fuera poco, tienen la capacidad de alterar de manera profunda no sólo su salud emocional, sino la composición genética -el ADN- de un bebé.

Así lo asegura un estudio reciente hecho por la Universidad de British Columbia en Canadá. De acuerdo a esta investigación, la cantidad de abrazos  que recibe un bebé puede provocar cambios en al menos cinco áreas de su ADN, incluyendo las relacionadas con su sistema inmunológico y su metabolismo. En contraste, los bebés que no recibieron mucho afecto físico durante sus primeras semanas de vida, mostraron un perfil molecular en sus células poco desarrollado para su edad.

El estudio fue publicado en la revista Development and Psychopathology y contó con la participación de 94 bebés. Los autores del estudio pidieron a los papás que llevaran un diario del comportamiento de sus bebés así como de sus hábitos en cuanto a demostrar afecto físico durante las primeras cinco semanas de vida del bebé. Pasados cinco años, los investigadores tomaron muestras de ADN de los mismos niños.

Entonces analizaron qué tan activos eran ciertos genes y se dieron cuenta del poder de los abrazos: los que recibieron más, tenían un sistema inmune fuerte y tenían un metabolismo funcionando mejor.

Una vez más queda comprobado que las demostraciones físicas del amor son indispensables para la salud emocional y física de los seres humanos. Que el amor no es un concepto abstracto, es una fuerza poderosa que modifica directamente el comportamiento de las células.

Así que sean o no sean mamás melosas, no se limiten a la hora de abrazar, acariciar y besar a sus bebés. Háganlo como si no hubiera mañana y disfruten de la buena dosis de oxitocina.

 

Actualidad: El colecho y sus límites: ¿hasta cuándo el bebé debe dormir con sus padres?

La práctica de que los bebés duerman en la misma cama con sus padres genera desacuerdos: unos la desaconsejan, mientras que otros la recomiendan.

Existe un debate que podríamos llamar de primera instancia: colecho sí o colecho no. Ni siquiera los científicos se ponen de acuerdo en torno a esta cuestión. Quienes están de acuerdo con que los bebés duerman en la misma cama de sus padres, señalan como mayor ventaja el hecho de que esta práctica favorece la lactancia materna, además de una mejor calidad de sueño para el niño y de que se fortalecen los vínculos emocionales entre los padres y el bebé. Por eso, el colecho se considera uno de los factores claves de la crianza con apego.

Por su parte, los detractores de esta práctica enfatizan que multiplica hasta por cinco las probabilidades de que el bebé padezca el síndrome de muerte súbita del lactante (SMSL), incluso aunque no existan otros factores de riesgo. En su último documento de recomendaciones de consenso, la Asociación Española de Pediatría (AEP) explica que la forma más segura de dormir para los bebés menores de seis meses es «en su cuna, boca arriba, cerca de la cama de sus padres», ya que «existe evidencia científica de que esta práctica reduce el riesgo de SMSL en más del 50%».

Sin embargo, como el colecho favorece el mantenimiento de la lactancia materna y esta a su vez «tiene un efecto protector frente al SMSL», la AEP tampoco contraindica esta práctica. Se limita a no recomendarla ante ciertas circunstancias: lactantes menores de tres meses, prematuridad o bajo peso al nacer, padres que consumen tabaco, alcohol o drogas, situaciones de mucho cansancio (como el inmediato posparto), sobre superficies blandas o no apropiadas (sillones, sofás, etc.) o camas compartidas con otras personas.

Debido a todas estas cuestiones, los expertos apuntan que, una vez que manejan toda esta información, «la decisión sobre la práctica del colecho debe ser de los padres». Ahora bien, al optar por el colecho, surge luego otra cuestión: ¿hasta cuándo practicarlo? He allí una segunda instancia de debate.

¿Colecho hasta los cinco años?

Sobre esta cuestión tampoco existe un consenso generalizado. En 2011, el sudafricano Nils Bergman, pediatra de la Universidad de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, fue noticia al recomendar que los niños duerman en la misma cama junto con su madre hasta los 3 años de edad. Basaba sus afirmaciones en un estudio en el que había analizado los patrones de sueño de 16 niños. No solo observó que los ciclos del sueño se interrumpían con mayor asiduidad en los bebés que dormían separados de sus madres, sino que además comprobó en ellos unos niveles de estrés hasta tres veces más altos que en los niños que dormían sobre el pecho de sus madres.

La propuesta de Bergman era «moderada» si se compara con la que, unos años antes, había formulado la psicóloga británica Margot Sunderland. En su libro La ciencia de ser padres, de 2006, la directora de Educación y Entrenamiento en el Centro de Salud Mental Infantil de Londres aconsejaba que los niños duerman con sus padres hasta los 5 años. Esta recomendación se apoya en una década de investigaciones sobre los efectos de las interacciones entre niños y adultos en el cerebro de los pequeños, y sobre un total de 800 estudios científicos. Para Sunderland, el colecho hasta los 5 años constituye «una inversión» a favor del niño.

El pediatra Carlos González, por su parte, autor de libros como Bésame mucho: cómo criar a tus hijos con amor y Comer, amar, mamar, sostiene que -así como, por motivos evolutivos, es normal que los bebés lloren cuando se quedan solos– también es «normal» que duerman acompañados de su madre o de sus padres. ¿Hasta cuándo? González responde que los niños «hacia los 3 o 4 años aceptan dormir solos si se les pide educadamente». Pero aclara que no es una recomendación: «Cada familia hará lo que crea conveniente», puntualiza.

Dejar el colecho, una decisión familiar

Más allá de estas opiniones puntuales, la mayoría de expertos en el tema coinciden en que no hay un momento específico que se pueda indicar para todos los casos. No es algo que dependa de la edad del niño ni de otros hechos puntuales, como el final de la lactancia o de los despertares nocturnos, sino con una suma de elementos en cada situación particular.

«El niño debe comenzar a dormir solo cuando esté preparado para ello», explica la psicóloga Mónica Serrano, especialista en maternidad y crianza con apego. En esta línea, apunta que «el sueño es un proceso evolutivo, en el que están implicados factores fisiológicos, emocionales, sociales y culturales», y que conviene tener en cuenta todos estos aspectos al momento de tomar la decisión. Hay que considerar, por ejemplo, que la capacidad de entender y expresarse a través del lenguaje hará más fácil que el niño comience a dormir solo.

En un sentido, el final del colecho se puede comparar con el final de la lactancia materna, como sugiere la psicóloga Mariela Cacciola, también especializada en crianza respetuosa. Es posible dejar de colechar de un modo «natural», cuando el propio niño manifiesta su deseo de empezar a dormir en su propio cuarto, al igual que cuando expresa, a su manera, que ya no quiere ser amamantado.

Y también se puede optar por acabar con el colecho de un modo «respetuoso», cuando la madre, el padre o ambos miembros de la pareja lo consideren necesario para el niño o para ellos mismos. «Así como la decisión de colechar tiene que ser una decisión familiar, modificar esa situación debe serlo también», señala Cacciola, y «por lo tanto es necesario respetar los deseos de todos».

¿Cómo procurar un final respetuoso del colecho?

En primer lugar, hay que hablar con el niño e informarle de la decisión. Si es posible, es bueno que participe en la preparación de su propio cuarto. Mónica Serrano habla de la importancia de hacerlo de forma gradual: se puede comenzar con las siestas del pequeño, para luego implementarlo en el sueño nocturno.

En palabras de Cacciola, «cambia el lugar pero no la rutina»: si el niño se dormía con la compañía de alguno de sus padres, canciones, un cuento, etc., eso no tiene por qué modificarse. Esta especialista recomienda, además, estar abiertos a la posibilidad de equivocarse: «Podemos creer que es el momento, pero cuando lo llevamos a la práctica no resulta». El niño puede comenzar a sufrir despertares nocturnos, llorar mucho, tener pesadillas o angustiarse. En ese caso, quizá sea conveniente revisar la decisión y reprogramarla para más adelante.

Autor: Cristian Vázquez

 

Las pantallas digitales también afectan el sueño de los menores de tres años

Por primera vez un estudio reveló el efecto del uso de dispositivos móviles en los preescolares. Cuántas horas de sueño pierden por día

Los efectos del uso de celulares y tablets en la calidad y cantidad del sueño en adultos ya han sido comprobados por la ciencia. Diferentes estudios resaltaron cómo la pantallas envían corrientes lumínicas al cerebro y que esto disminuye la secreción de la hormona melatonina, la encargada de promover el estado del sueño y, como efecto contrario, reduce el cansancio.

Por vez primera, una investigación realizada por Universidad de Londres y publicada en Scientific Reports, reveló que el uso de estos dispositivos también perjudica al descanso de los niños menores de tres años.

Los investigadores descubrieron una correlación entre el uso de pantallas interactivas por parte de los chicos de entre seis meses y tres años y una reducción en el tiempo que pasan durmiendo. Por cada hora diaria que pasaron frente a un aparato, vieron reducidos 26 minutos su sueño nocturno. Además, los más pequeños tardan más tiempo en conciliar el sueño a medida que aumenta su uso de las nuevas tecnologías.

«Debido a un posible impacto negativo, se ha aconsejado limitar la exposición a aparatos táctiles durante la infancia, pero estos consejos no estaban basados en evidencia científica. Este estudio es el primero en aportar dicha evidencia», afirmó Tim Smith, principal autor de esta investigación que verificó los hábitos de 715 familias del Reino Unido.

Por otro lado, aseguraron que el uso de la televisión solo reduce el tiempo de las siestas diurnas y no el nocturno.

«Dado que la plasticidad neuronal es mayor, es probable que el sueño tenga el mayor impacto en el cerebro y en la cognición durante este período crítico de desarrollo temprano», agregó Smith.

Los adolescentes también

Investigaciones anteriores ya habían demostrado que las nuevas tecnologías también afectan a los niños y niñas de entre seis y 18 años.

El estudio fue publicado hace pocos meses en JAMA Pediatrics, en conjunto con diferentes instituciones como el King’s College (Inglaterra), la Universidad de Cardiff (Gales) y la Universidad de Johns Hopkins (EEUU) y profundizó en más de 20 estudios, que englobaron en su totalidad a más de 125.000 menores.

«Los niños que utilizan dispositivos de medios portátiles con pantallas antes de acostarse tienen más del doble de riesgo de dormir un tiempo insuficiente en comparación con los niños que no tienen acceso. También afecta a la somnolencia diurna y la calidad del sueño», detallaba el trabajo.

«Con este estudio no podemos inferir causalidad, dado que es simplemente una descripción de lo que las familias están haciendo», explica Irati Sáez de Urabain, que también participó en el estudio. Y añadió: «Para inferir causalidad deberíamos controlar el uso de los dispositivos para un grupo de familias y comprobar si efectivamente el sueño cambia, una intervención que requiere mucho cuidado y la consideración de todos los problemas éticos que podría conllevar».

Fuente: Infobae.com

Actualidad: La nueva forma de criar de las mamás millennials

Cómo viven la maternidad las nativas digitales. Lejos del estereotipo de la juventud hiperconectada y enajenada de la realidad, cuestionan mandatos y tradiciones de crianza. ¿Podrá un tutorial de YouTube reemplazar el consejo de una suegra?

Usan apps para controlar las contracciones en el embarazo, suben fotos de sus bebés a Facebook e Instagram, aprenden a cambiar pañales con tutoriales de YouTube y consultan al pediatra por WhatsApp. Nacidas entre 1980 y 2000, las mamás de la generación millennial, están atravesadas por su condición de nativas digitales pero no se quedan en el estereotipo de la juventud hiperconectada y enajenada del mundo real. Un mayor acceso a la información redunda en más capacidad para cuestionar mandatos y tradiciones de crianza del pasado. Les permite reinterpretrar el significado del embarazo, el parto y la crianza y vivirlos a su manera.

Las millennials se conectan a las redes desde la incertidumbre propia de la maternidad y, aunque suene paradójico, Internet muchas veces las acerca a saberes de las abuelas que hoy son revalorizados. Tal como describe Valeria Fornes, antropóloga que forma parte de la Colectiva de Antropólogas Feministas: “El discurso del instinto armoniza con el del derecho a decidir sobre el propio cuerpo. La apelación a lo ancestral con las nuevas tecnologías. El llantén, con el salbutamol. El teclado con la ronda de mate. Los marcos de referencia son múltiples y las resignificaciones y apropiaciones de cada grupo y cada mujer, también”.

La eterna dicotomía entre la vida laboral y familiar no termina de resolverse pero encuentra alternativas novedosas surgidas a partir del auge de la virtualidad y de los recursos digitales. Los expertos en marketing de las empresas reaccionan rápido para satisfacer las necesidades de este nuevo target de consumidoras a las que consideran parte de la generación más influyente del mercado. La oferta de productos, servicios e información es más abundante que nunca, discernir sobre su calidad y utilidad en un vínculo donde debe primar el contacto humano y el afecto es el gran desafío de las millennials.

Criar en una tribu virtual. “Mi hija nació cuando cumplí 28 y fui la primera de mis hermanas y de mi grupo de amigas en ser mamá. Trabajé a ritmo normal hasta un día antes de parir y durante todo el embarazo me propuse no leer nada sobre el tema para no obsesionarme. Sólo me descargué una app que semana a semana me informaba sobre el crecimiento del bebé y me daba tips de alimentación y estilo de vida. Todo me resultó muy fácil hasta el puerperio. Siempre pensé que exageraban sobre lo difícil de esa etapa pero cuando me tocó me sentí muy sola, incapaz de entender a mi beba, de darle la teta y me angustié mucho. Me salvó Facebook porque ahí encontré páginas de profesionales con información muy útil y, lo que es más importante, una comunidad de otras mamás a las que les pasaba lo mismo que a mí. Nos identificamos al instante, aunque en muchos otros aspectos no tengamos nada en común. Los primeros contactos con ellas fueron por chat, muchas veces incluso a la madrugada, desveladas por el llanto de nuestros hijos. Con algunas la relación fue más lejos, nos conocimos personalmente y nos acompañamos hasta hoy en el día a día de la crianza de nuestros chicos” (Ariana, 30 años, licenciada en marketing).

Las madres de la generación millennial capitalizan los recursos provistos por Internet hasta convertirlos en una red de apoyo afectiva. En el espacio virtual circulan experiencias y nacen vínculos enriquecedores. “Hace 30 o 50 años las mamás contaban con una tribu real integrada por su propia familia o amigos que disponían de más tiempo para acompañarlas en esta experiencia. Hoy hemos perdido esos referentes y la tecnología está supliendo esta tribu real. Criar en soledad no es negocio para nadie, se precisan personas alrededor, brazos extra”, explica Melina Bronfman, doula (acompañante de la madre) y consultora en crianza y desarrollo infantil (www.materpater.com.ar). Ivana Raschkovan, psicóloga clínica, docente e investigadora de la UBA, también le encuentra ventajas al uso de las redes sociales en esta etapa: “Muchas mamás se conocen así y la relación muchas veces trasciende la pantalla lo cual es súper positivo porque una madre aislada es ideal para que la depresión postparto prolifere”, advierte.

Entre el cuestionamiento y el apego. “Vengo de una familia donde todo era disciplina, premios y castigos. Fui una nena temerosa y una adolescente insegura después. Quedé embarazada de un novio que se borró a los pocos meses y cuando salí de la angustia inicial me concentré en prepararme para darle a mi hijo una crianza más libre y sana de la que yo tuve. En un blog sobre el tema encontré una frase que se convirtió en mi guía: ‘Mucho daño se ha hecho en nombre del amor pero no puede hacerse en nombre del respeto’. Algo que intuitivamente sabía pero que precisaba que me reafirmaran de afuera. Leí mucho online sobre la importancia del apego, miré videos en YouTube de un pediatra español, participé en foros con otras mamás con inquietudes similares a las mías. Y me vino muy bien porque después me crucé con más de un pediatra o un familiar que me criticó por compartir la cama con mi bebé o por tenerlo mucho en brazos como si lo estuviera malcriando. Pero yo ya tenía mis argumentos para defenderme y ser madre a mi manera” (Aldana, 28 años, maestra).

“Las nuevas madres, en su diversidad, tienen en común la reivindicación de la duda y una cierta perspectiva de género, aún a profundizar. Dudan no sólo acerca de sus prácticas y creencias sino acerca de esos saberes especializados, hegemónicos, que les dicen desde un consultorio y en unos efímeros minutos qué les pasa, a ellas y a sus hijos”, sostiene Valeria Fornes. Ivana Raschkovan también encuentra diferencias profundas entre la nueva generación de mamás con las que las precedieron: “Hay un movimiento de mamás empoderadas que cuestiona paradigmas antiguos de crianza, se corren de la tradición. No quieren pediatras que bajen línea”. Esta psicóloga también se atreve a hacer un hipótesis sobre el germen de este cambio: “No es casualidad que muchas de estas mamás fueron criadas en los años ‘80, en pleno auge del libro Duérmete niño, que sostenía que había que dejar a los chicos llorar para resolver sus problemas de sueño. Muchas tampoco fueron amamantadas. Eso dejó marcas en ellas y hoy atienden las demandas de sus bebés desde otro lugar”, sostiene.

Autorrealización personal y profesional. “Desde que me recibí de diseñadora siempre trabajé en relación de dependencia para agencias de publicidad. Planifiqué mi embarazo y ahorré para tomarme una licencia más larga y poder alimentar a mi hija sólo con pecho por lo menos seis meses. Pero cuando llegó la hora de volver al trabajo y dejarla en una guardería, me di cuenta de que era una locura. Pedí trabajar desde casa, pero tuve más alternativa que renunciar. Y lo que en principio fue un problema se convirtió en un desafío y una oportunidad para probarme a mí misma porque me obligó a moverme y retomar contactos para trabajar freelance. Resigné cierta estabilidad económica pero gané en independencia. Me organizo como a mí me parece, establezco mis prioridades y el tiempo me rinde más. Y nadie me quita el placer de trabajar en un bar mientras mi bebé duerme abrazado a mí en su fular. No hay felicidad más grande que esa”(Marina, 32 años, diseñadora).

Las millennials valoran el encuentro con su hijo, están dispuestas a dedicarles tiempo en cantidad y de calidad sin resignar completamente su desarrollo profesional. El disfrute de la maternidad no implica que sean madres full time. El mismo conflicto que padecieron generaciones anteriores sigue en permanente tensión, sin resolverse de forma definitiva. Sin embargo, según la antropóloga Valeria Fornes, las nuevas madres son permeables a negociar ciertas libertades, si en favor de ellas se ha resignado el derecho al disfrute de la maternidad: “La sobredemanda laboral ha impulsado a algunas a colgar el guardapolvo, el trajecito o los tacos para gestionarse un trabajo sin horarios ni jefes, con más diposibilibidad para la crianza pero también en función de sus deseos y proyectos, resignando bienestar económico por autorrealización”. Teletrabajo, coworking, networking y freelancismo parecen ser palabras claves a la hora de sortear la dicotomía entre la vida profesional y la familiar. Una vez más las nuevas tecnologías son aliadas estratégicas de esta nueva generación de mamás.

Contratiempos de la hiperconexión. Twitter, Instagram, Facebook, Pinterest, LinkedIn: los millennials son los principales usuarios de esas y otras redes sociales, viven conectados a Internet y, por más ocupadas que estén, las madres de esa generación no son la excepción. Subir y compartir decenas de fotos de sus hijos, estar todo el día pendientes del grupo de WhatsApp con otras mamás y googlear información muchas veces se tornan tan compulsivos como contraproducentes en la crianza.

“La tecnología es un gran recurso pero debe ser bien administrado. Es frecuente ver a mamás dar la teta mirando el teléfono. La pantalla del celular no merece más atención que el bebé que precisa ser mirado por el adulto. Eso sigue siendo igual que cuando éramos hombres de las cavernas, la madre es irremplazable”, advierte Bronfman. Como Presidenta de la subcomisión de Tecnologías de Información y Comunicación de la Sociedad Argentina de Pediatría, Paula Otero se alarma por la cantidad de niños muy pequeños que se encuentran en los espacios públicos viendo videos o jugando con celulares cuando la recomendación es evitar estas pantallas hasta los dos años. El consultorio pediátrico se convirtió en un espacio donde se transmiten estas recomendaciones sobre el uso controlado de la tecnología por parte de los niños y también de las mamás.

“Desde que empezó a usarse el WhatsApp como el gran medio de comunicación con el pediatra, hubo que reeducar a las mamás sobre el uso correcto para que no hagan consultas constantes sin medir hora ni motivo. El uso no debe ser indiscriminado para cualquier duda que surja. Por ejemplo, si hay una urgencia hay que ir a un centro de salud y nunca mandar un mensaje. El WhatsApp no habilita espacio para el tiempo y la responsabilidad que lleva responder una consulta de ese tipo”, explica.

Los hits de la maternidad digital

Para las madres millennials, las aplicaciones funcionan como un buen sostén para estar informadas y calmar la ansiedad del embarazo y el puerperio:

Babycenter. Permite calcular la fecha de nacimiento del bebé, ofrece consejos semana a semana durante los nueve meses del embarazo y promueve la conexión con madres y padres que atraviesan la misma experiencia. Son de uso extendido entre las futuras mamás de la generación millennial.

Contraction Timer y monitor. En los monitoreos del último mes, muchas futuras mamá se reportan a las parteras con el registro preciso de las primeras contracciones que aportan apps como Contraction Timer (Android) y Contraction Monitor (iOS).

Nursing timer. Esta aplicación (iOS) permite registrar las tomas, los cambios de pañal y los tiempos de sueño. Un registro vital, especialmente en el puerperio.

Autora: María Florencia Pérez

Publicada en www.clarin.com/viva

Actualidad: El papá que cuida al bebé no “ayuda”, ejerce la paternidad

El padre que atiende el llanto del bebé, que lo mece, que le cambia los pañales y le enseña las primeras palabras, no está “ayudando” a la mamá, está ejerciendo el papel más maravilloso y responsable de su vida: el de la paternidad. Son sin duda matices de un lenguaje a modo de trampas disimuladas en las que caemos muy a menudo y que es necesario trasformar.

A día de hoy, y para nuestra sorpresa, seguimos escuchando a muchas personas poner en voz alta la clásica frase de “mi pareja me ayuda en el trabajo del hogar” o “yo ayudo a mi mujer en el el cuidado de los niños”. Es como si las tareas y responsabilidades de una casa y de una familia tuvieran patrimonio, un sello distintivo asociado al género y del cual aún no nos hemos desprendido del todo en nuestros esquemas de pensamiento.

“Padre no es el que da la vida, padre es el que nos educa con amor”

La figura del padre es igual de relevante que la de una madre. Queda claro, no obstante, que el primer vínculo de apego del recién nacido durante los primeros meses se centra en la figura materna. Sin embargo, en la actualidad, la clásica imagen del progenitor donde se focalizaba la férrea autoridad y el sustento básico del hogar ya no se sostiene y debe ser invalidada.

Debemos dar fin al caduco esquema patriarcal donde las tareas se sexualizan en rosa y azul, con el fin de propiciar cambios reales en nuestra sociedad. Para ello, debemos sembrar el cambio en el ámbito privado de nuestros hogares y, ante todo, en nuestro lenguaje.

Porque el papá “no ayuda”, no es alguien que pasa por casa y aligera el trabajo de su pareja de vez en cuando. Un padre es alguien que sabe estar presente, que ama, que cuida y se responsabiliza de aquello que da sentido a su vida: su familia.

El cerebro de los hombres durante la crianza

Algo que todos sabemos es que el cerebro de las mamás experimentan asombrosos cambios durante la crianza de un bebé. El propio embarazo, la lactancia así como el cuidado cotidiano del niño favorecen una reestructuración cerebral con fines adaptativos. Es algo asombroso. No solo se incrementa la oxitocina, sino que la sinapsis neuronal cambia para aumentar la sensibilidad y la percepción con el fin de que la mujer pueda reconocer el estado emocional de su bebé.

Ahora bien… ¿y qué ocurre con el padre? ¿Es quizá un mero espectador biológicamente inmune a a dicho acontecimiento? En absoluto, es más, el cerebro de los hombres también cambia, y lo hace de un modo sencillamente espectacular. Según un estudio llevado a cabo en el” Centro de Ciencias del Cerebro Gonda de la Universidad de Bar-Ilan”, si un hombre ejerce un papel primario en el cuidado de su bebé experimenta el mismo cambio neuronal que una mujer.

A través de diversos escáneres cerebrales, efectuados tanto en padres heterosexuales como en homosexuales, pudo verse que la actividad de sus amígdalas era 5 veces más intensa de lo normal. Esta estructura se relaciona con la advertencia del peligro y una mayor sensibilidad al mundo emocional de los bebés.

Asimismo, y este dato puede sorprender a más de uno/a, el nivel de oxitocina segregado por un padre que ejerce el rol de cuidador primario es igual al de una mujer que cumple también su papel como madre. Todo ello nos revela algo que ya sabíamos: un padre puede relacionarse con sus hijos al mismo nivel emocional que la madre.

La paternidad y la maternidad responsable

Hay padres que no saben estar presentes. Hay madres tóxicas, padres maravillosos que crían a sus hijos en soledad y mamás extraordinarias que dejan huellas imborrables en el corazón de sus niños. Criar a un hijo es todo un desafío para el que algunos/as no están preparados y que muchos otros afrontan como el reto más enriquecedor de sus vidas.

Con ello queremos dejar claro un aspecto: la buena paternidad y la buena maternidad no sabe de sexos, sino de personas. Aún más, cada pareja es muy consciente de sus propias necesidades y llevará a cabo las tareas de crianza y atención en base a sus características. Es decir, son sus propios miembros quienes establecen el reparto y las responsabilidades del hogar en base a la disponibilidad.

El llegar a acuerdos, el ser cómplices uno del otro y el tener claro que el cuidado de los hijos es responsabilidad mutua y no exclusividad de uno solo creará esa armonía favorecedora en la que el niño crecerá en felicidad teniendo ante todo un buen ejemplo.

Asimismo, y más allá de los grandes esfuerzos que cada familia lleva a cabo en el seno de su propio hogar, es necesario que también la sociedad sea sensible a ese tipo de lenguaje que alimenta las etiquetas sexistas y los estereotipos.

Las mamás que continúan con su carrera profesional y que luchan por tener una posición en la sociedad, no son “malas madres” ni descuidan a sus hijos. Por su parte, los papás que dan el biberón, que buscan remedios para los cólicos de sus bebés, que van a comprar pañales o bañan cada noche a los niños no están ayudando: ejercen su paternidad.

Autora: Valeria Sabater, psicóloga y escritora.

Fuente: www.lamenteesmaravillosa.com